lunes, 25 de mayo de 2020

Secreto en el río (detrás de cámaras). Parte 1.

Arley yo estábamos convencidos de que esa noche nos iban a matar.

Él intentaba dormir en la parte inferior del camarote y yo daba vueltas sobre una cama mucho más pequeña a un metro de distancia de la suya. Hablábamos siempre en voz baja para no despertar a Octavio, quien yacía plácidamente en la cama superior. "¿Qué hora es?", le pregunté en un grito susurrado. "Las 12 y cuarto", dijo. "¿¿Todavía??", pregunté indignada casi más con él que con la lentitud de la noche, que era la verdadera culpable de mi angustia.

Admirábamos a Octavio porque el agotamiento de grabar todo el día bajo un sol inclemente, para él, iba más allá que cualquier preocupación y le permitía dormir. Al miedo se sumaba la lucha por sobrevivir al calor y a los mosquitos. Refugiarse en la mosquitera incrementaba el sofoco y deshacerse de la misma invertía la situación. En conclusión, ninguna opción era sostenible por más de 15 minutos.

Tampoco ayudaba la tormenta eléctrica que nos cegaba con sus destellos a través del hueco de una ventana, que a duras penas servía para que entrara algo de aire caliente. La lluvia arreciaba más cada noche y se colaba por las hendiduras de las tablas de madera que hacían de pared. "Me estoy mojando", se quejaba Arley. "No te pegues tanto", le respondí tensa. "Me da miedo alejarme", admitía mientras yo palpaba la escopeta y la motosierra que habíamos escondido debajo de mi cama. Me dio tranquilidad saber que seguían en su lugar.

Me sentí mal por contestar así a Arley, yo tampoco hubiera podido dormir en la cama de un asesino."Intentemos dormir un poco, aún faltan 5 horas para que amanezca", dije con un tono más tranquilo sin recibir respuesta.

Decidí girarme y apoyarme sobre el costado izquierdo quedando de frente a la pared de madera. En ese momento, empecé a caer en cuenta de lo vulnerables que éramos los tres, recién llegados de la gran ciudad con nuestros valiosos (y pesadísimos) equipos de grabación en medio de una zona cuyos habitantes tenían más costumbre de usar la mano para coger un machete que para saludar. ¿Qué hacíamos ahí con cámaras y luces? Aunque habíamos interactuado con poca gente, era comprensible la hostilidad ante la llegada de unos citadinos a grabar un asesinato que tenía cabos sueltos. Empecé a pensar que tampoco fue prudente hospedarse en la misma casa donde el verdugo cometió el doble crimen aunque tampoco había otra opción; desde donde estábamos no podíamos ver ninguna otra cabaña y la más cercana, la de Rigoberto, estaba a casi una hora a pie por el monte.

Al darme cuenta de esto, entré en panico: no había pensado antes que estábamos a más de 2 horas en canoa de tener señal de teléfono (canoa que, por cierto, no teníamos), nadar no era una opción en ese río sucio repleto de caimanes, menos aún con la violencia que cogían sus pequeños torbellinos gracias a las tormentas nocturnas y aunque tuviéramos algún arma no sabíamos usarla y ante cualquier enfrentamiento terminaríamos mal parados. Pensé en despertar a Octavio y a Arley, que, por fin, respiraba con más fuerza (señal de que estaba dormido). Pensé en salir de la habitación mostrando que "estábamos alerta", pero el miedo no me dejó poner un pie en el suelo. Pensé en echarme a llorar, pero no serviría de nada.

Respiré profundo resignada: "si me tienen que matar, que me maten, no puedo hacer más". Probé con evadirme, hacer creer a mi mente que estaba en otro lugar, un sitio seguro y tranquilo: me imaginé en la casa de campo en la que me crié, donde dormía con mis amigas en el segundo piso y mi padre, en el primero, nos resguardaba de cualquier ladrón, zorro y del frío -nunca dejaba morir el fuego en la chimenea-. Me transporté de inmediato, sentí el frío del otoño, el olor a la humedad, el ruido al pasar de los coches en la carretera colindante. Mis músculos se relajaron, Morfeo me guiaba de la imaginación al sueño. Todo era paz.

De repente, la luz de una linterna atravesó los huecos de la madera y apuntó directamente a mis ojos. Mi corazón se detuvo.

1 comentario:

  1. Qué lindo y qué nervios. Me alegra que lo escribas, sobre todo por el gusto de leerte y saberte viva

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