jueves, 29 de noviembre de 2012

Las bragas mareadas

Sábado por la mañana. Acaba noviembre y yo por la calle de manga corta (y luego dicen que hace frío, qué poquito ha estado esta gente en Teruel). El colorido de un escaparate y sus precios escandalosamente baratos me obligan a entrar en la primera tienda: un almacén de 4 plantas.
Comienza el  bizarro sistema de compra: las prendas se eligen en una sección y las dependientas (a las que le encanta repreguntarte '¿en qué le puedo colaborar?') escriben una factura quedándose ellas con el producto seleccionado. Siguiente paso:  facturas en mano, hay que encontrar una caja donde pagar (de las cuatro plantas solamente las impares tienen mostrador de pago). Entregada 'la plata' en la tercera planta, recibo los productos comprados en la tercera y cuarta planta y los que adquiero en la segunda debo recogerlos en la planta 1.
Bajando los 3 pisos para llegar a la primera planta, tuve que agarrarme a la barandilla al observar a una dependienta asomar medio cuerpo hacia el patio interno de la tienda a la vez que controla el tambaleo del cubo verde en el que van mis bragas. Paralelamente, otra dependienta controla el vaivén de un cubo -este es azul- que contiene mis calcetines.
El subibaja me marea, y por fin, llego a la caja de la primera planta. Pero ... ¡¡el precio de una de las facturas es incorrecto!! La deuda de la tienda conmigo era de mil pesos (unos 40 céntimos). ¡Menudo escándalo! (¬¬)
La dependienta de la planta 1, agobiada, llama a su compañera de la tercera a viva voz, le muestra mis nuevas bragas (yo me pongo las gafas de sol y miro a otra parte) y, pasado un rato, y tras comprobar que, efectivamente, había un error humano en la factura, veo bajar lentamente en un cubo rojo una diminuta bolsa con dos monedas de 500 pesos que me entrega la dependienta pidiendo mil veces disculpas.

Llamadme simple, pero 40 minutos viendo subir y bajar cubos llenos de ropa interior en una tienda en la que me atendieron 6 dependientas solo por unas bragas, unos calcetines y dos toallas, me marcó mucho más que entrevistar personalmente a Joan Manuel Serrat en su camerino esa misma noche. A mis bragas, por marearse, les dedico la entrada.

jueves, 22 de noviembre de 2012

La verdadera razón de por qué doy tanta vuelta por la redacción

¿Quién no ha escuchado nunca que los colombianos mantienen conversaciones innecesariamente largas? Ejemplo: el saludo. Mientras que el viandante español masculla un inaudible 'hola' (si es que no se cambia de acera o agacha la cabeza), cuando se te acerca un colombiano ya puedes prepararte para recibir un golpe de energía. Comienza el ritual: estrecha la mano, te da un beso en la mejilla, te abraza (y con fuerza) decora su cara con una sonrisa iluminada y acompaña este gesto con un: 'Holaaaaaaa ¿Cómo estás? ¿Cómo te ha ido?' con un tono que roza lo estridente. Reacción -incorrecta-: '¿Que cómo me ha ido? Pues mira no veas lo que me ha pasado al final...' pero no hay lío; aunque no sepan de qué hablas, no dejan de sonreír, y además de que te escuchan con interés hasta la última coma, memorizan cada detalle.

Ah! importante: cero hipocresía. En Colombia el saludo se siente y es que es una costumbre tan sana y tan sagrada, que no existe conversación lo suficientemente importante que quede exenta de esta interrupción (siempre con un qué pena).

Al final, lo que parecía una 'pérdida de tiempo' para muchos que nos hemos criado con el culto a la eficiencia, no es más que una inversión en una comunicación y un estilo de vida más agradables. (O, tal vez, estoy aquí dándole vueltas y la verdadera protagonista es la fibra. Claro, con tanta fruta...)


lunes, 19 de noviembre de 2012

Zimón

Casi todo el mundo tiene un amigo que no deja que el tiempo ni la distancia dejen silencios incómodos en una conversación trivial de reencuentro. Sabéis a qué tipo de persona me refiero, ¿no?

Curiosamente, pero sin haberle visto nunca antes, es como me ha hecho sentir hoy Simón. Es productor de La Ventana, programa de tardes en Caracol Radio y que ya se toma la libertad de hablarme con 'ceceo' emocionado por mi acento (parece que aquí les encanta el hablar de España) y con el objetivo de romper el hielo. Aunque, eso sí, no tiene medida y con tal de no pararse a pensar, elimina toda 's' y la sustituye por algo así como 'th', a lo que le llamo la atención y, sonriente, aclara: 'Ezque zoy andalú'. Maldito Simón, ni me he dado cuenta de que hoy era mi primer día de trabajo.

sábado, 17 de noviembre de 2012

¿Y los semáforos?

Bolso cruzado, móvil escondido, pendientes cortos, relojes baratos, joyas en casa y rechazar folletos... pero nadie me había advertido de que el verdadero peligro de las calles de Bogotá son lo socavones que, como dice Lola, 'sirven para jugar al escondite' y que cuando llueve (diariamente) se llenan y puedes encontrarte a un vendedor de manguitos dispuesto a hacer negocio (de hecho, aquí no se ven carritos de bebé; las mamás llevan a sus niños en brazos).

Tampoco me habían advertido de que los pasos de cebra son mera decoración emborronada en la calzada para recordar que un día se tuvo en cuenta al viandante o que hay que calentar antes de salir de casa para evitar un tirón cuando bajas la acera (tienen una altura como para fortalecer glúteos).

¿Y los semáforos? Los peatones tienen todas las de perder sin una luz que les guíe, el resto de semáforos, son meramente orientativos para evitar el caos en una ciudad de 9 millones de habitantes. Por supuesto, aquí la preferencia es de los 'carros' y si apareces en su camino eres algo así como un conejo en una carretera comarcal...

Con todo esto, llegar a tu destino es una verdadera odisea y si, con un poco de suerte sumada a tu agilidad física y mental no echas en falta nada por el camino, siempre hay al otro lado algún desconocido que te lanza, desinteresadamente, un saludo bien piropeado que, tranquilamente, te puedes tomar como una recompensa.

viernes, 16 de noviembre de 2012

La Vieja Mona

Martes y 13; qué más da que hubiera huelga de controladores en Portugal o que una pasajera no pudiera embarcar por su estado de embriaguez, no todos los días se ve el aeropuerto de Caracas desde la cabina de vuelo acompañada de la minuciosa explicación de ambos pilotos sobre qué es Bogotá y la cultura colombiana.
Un gran comienzo, a pesar de la fecha, sobre la que es, seguro, una ventura para esta europea de metro setenta y pico que cecea, para una mujer rubia, lo que ellos llaman 'acá': una vieja mona.