domingo, 12 de julio de 2020

Secreto en el río (detrás de cámaras). Parte 5.

Cuando Rigoberto llegó a la finca comenzó a hablar sin pedir permiso:

-"Yo ya le dije a ese muchacho, Pedro, que se iba a meter en problemas con esa mujer y le dije que contara toda la verdad, que dijera quién la mandó a matar y que él solo era el verdugo porque eso no lo hizo él solo, ¿sabe?..."

-"Don Rigoberto"- interrumpí- "¿será que me puede contar eso en cámara mejor?"

Arley aprovechó para colocarle el micrófono y ya la cámara estaba apuntando hacia él. Con Arley y Octavio habíamos aprendido que cuando aparece un personaje sorprendente, teníamos que alambrarlo rápidamente. Trabajaban con sutileza, como ladrones silenciosos, moviendo y cableando al personaje mientras yo lo atrapaba con la mirada, excesiva gesticulación y exagerando el acento extranjero mientras le embaucaba. El objetivo era no dejarle pensar.

Pero con Rigoberto, fue inútil.
-"¡No, no, no!"- dijo enfurecido-"... ¡yo no quiero saber nada de esto!", gritó mientras apartaba de un manotazo a Arley quedándole el cable del micrófono colgando. "Yo no quiero tener problemas de este tipo, yo solo quiero saber ustedes qué van a contar, ¿ya hablaron con Pedro?", preguntó. "Sí, señor, él mismo nos va a dar una entrevista", le expliqué en un intento de calmarlo y de convencerlo. "A mí no me interesa salir en televisión, yo solo vine a decirles que alguien le pidió a Pedro que matara a Irene, eso no fue porque él estuviera enamorado de ella" y sin despedirse, nos echó una mirada de desprecio con su ojo único y se marchó dando zancadas. No habíamos salido de nuestro asombro cuando él era apenas un punto en medio de la pradera. Subió la misma loma que subíamos para buscar señar de teléfono. Quedamos mudos y solo se sentía el calor de la tarde cayendo en nuestras caras sudorosas.

-"¿Qué le pasa a este señor?", pregunté dirigiendo la mirada a Arcilio. El viudo, que se veía más enclenque y diminuto que lo habitual me respondió sin quitarle la mirada. "Ese es un hombre que siempre carga machete", respondió. "¿Eso qué quiere decir?", volví a preguntar. Nadie respondió y la mujer que atendía la cocina en nuestra estadía, barría mirando al suelo y negando con la cabeza.

Arley y Octavio aún no habían recuperado el aliento tras la brusca reacción del hombre. "¿Qué pasa?, ¿qué significa que habló con Pedro?, ¿fue a verlo hasta Girón*?", pregunté curiosa y sin recibir respuesta. La cocinera miró por un hueco hacia la lejanía para asegurarse de que Rigoberto estuviera lejos, me miró fijamente y dijo con timidez "Rigoberto estuvo en la cárcel por picar a machete a la mujer, por eso es que se vio con Pedro" y sonó como un final de conversación.

Arley casi nunca se enfada, pero se sintió violentado por el gesto de Rigoberto. "Qué miedo ese señor", mustió asqueado. Yo pensaba en la teoría de que alguien mandó a matar a Irene y me quedé mirando a Arcilio. Él vio la preocupación en el rostro y se alejó de la caseta. Sabía que, no solo sus cuñadas, también su vecino y los mismos investigadores sospechaban de él pero tenía la conciencia tranquila y jamás dio ninguna explicación a eso o intentó justificarse. Caminó hacia el caño, dando alguna palmada al mulo Camelo que tenía por costumbre acercarse a quien atravesara su camino en bsusca de camino. Anduvo cabizbajo pero apresurado como si al llegar al hueco con el pequeño charco donde encontraron el cuerpo de Irene sin vida, pudiera conversar con ella para desahogar sus penas.

Alejado Arcilio la cocinera, más en confianza, dijo: "Yo creo que Arcilio no haría nunca eso, no fue un hombre violento y quería mucho a Irene. La quería de verdad. Este Rigoberto es que era muy amigo de Pedro y para mí, no es de fiar" y dejó caer el comentario aunque nadie la mirara cuando habló. "¿Dónde vive Rigoberto?", pregunté. "Ahí, justo detrás de la loma hacia la que se dirigía. Es el vecino más cercano que tenemos", detalló, sin que eso me diera tranquilidad alguna.

En ese momento, llegaron 3 desconocidos, ninguno menor de 50 años, hombres de campo, machete en mano, camisetas desgastadas y sudadas, barbas mal afeitadas y la tez bronceada por pasar altas horas junto al reflejo del río. "Buenas tardes, ¿Arcilio?", dijo uno de ellos. "Acaba de irse hacia el caño, ¿lo necesitan?", les atendí como si la finca fuera mía. "Nos dijo que había una gente de Caracol aquí con cámaras", dijo mientras echaba un ojo al interior de la caseta. Los invitamos a participar en unas recreaciones, ellos, con gusto, querían su segundo de fama y sentir que aportaban a la causa de su amigo Arcilio. Buscaron con ahínco ante las cámaras rememorando al detalle la búsqueda que durante horas hicieron con el corazón en la mano el día que Irene y su hijo habían desaparecido. "Yo busqué por estos matorrales y recuerdo que oí algo, pero era una culebra", recordaba uno de ellos.

Cuando llegó la noche, Arley, Octavio y yo extrañamos a los policías, justo ese día se habían marchado y nos quedaban 3 noches por delante en esa caseta que compartíamos con Arcilio, la cocinera y el mulo Canelo. La puerta de entrada era simbólica y las ventanas no tenían cristal: la casa llamaba a entrar a cualquiera y su soledad en medio de la vereda a que cualquier grito quedaría ahogado en medio de la noche.

Esa primera noche llovió con fuerza y pensé que la tormenta disuadiría a cualquier Rigoberto caminar hasta aquí entre el barro y los rayos. Esa noche apareció la misteriosa linterna, pero no sería la única vez que la veríamos. Faltaban 2 noches más para irnos de aquel lugar.




*En Girón se encuentra la cárcel de máxima seguridad donde Pedro paga su condena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario