jueves, 4 de abril de 2013

Salida de emergencia


Basta con decir "esto era lo que me faltaba" para que a Murphy le siga pareciendo insuficiente.  Además siendo tan quejica como yo: cuando te parece duro retener los diablos y sencillamente sonreír ante un "Usté, extranjera y con trabajo y mi hija que es natural de Santander está de brazos cruzados". Y es que los choques culturales son una constante y más en una región tan conservadora como Santander donde hay quien no duerme a gusto pensando en la irresponsabilidad de mis padres dejándome (mujer y joven) vivir sola en la otra parte del mundo. 

Hay a quienes, incluso, les provoco cierta alergia con mi carácter directo (a mí me gusta definirlo como sincero). Si no, pregúntenle a Pedro, un oyente que, advertido de que fuera conciso, empieza a malgastar segundos de su intervención al aire con un  "Señorita, tanto que pide usted brevedad y se demora más en darme paso que yo en explicarme...". El tiempo en radio es oro (o plata, como dicen aquí). Por mala suerte para Pedro, estoy demasiado acostumbrada a tratar con la verborrea de mi abuela y me tocó callarle con un maleducado "Pedro se demoró más que yo, aquí van las noticias nacionales". Las risas de mis compañeros dejaron en un segundo plano la contrarréplica del malgeniado bumangués. Y es que, sumando y siguiendo, al final del día te planteas si será cierto que estás borniada, especialmente si ya van dos los compañeros que en un mismo día te piden que quites esa mala cara. (A los del trabajo: lo siento, de verdad, entre unos y otros me robaron las buenas formas hoy).

Y el día continua, esquivando a Murphy por los pasillos, haciéndote creer que lo que tienes son problemas. Quieres marcharte a casa cuando, con el bolso ya en el hombro, aparece una curiosa mujer que intenta, sin éxito, ocultar bajo sus labios perfilados de fucsia y la raya de ojos azul el estado catatónico que le tiene marcada desde ese domingo de noviembre cualquiera en el que descolgó una llamada desde la cárcel "Doña Claudia, mataron a su hijo..."  Pi...pi...pi... 

Será que me toca dejar el bolso, sacar la grabadora e invitarla a pasar a la redacción...

Su hijo de 18 añitos, con el cariñoso apodo de "El mono" había acabado entre rejas por robar un celular, delito que su mamá endulzaba con un "pero imagínate cómo era mi Juan Andrés que nada más robarlo, lo devolvió".

Los responsables de la cárcel Modelo de Bucaramanga donde se encontraba desde hacia dos meses antes de su muerte (dato: el hacinamiento en ese centro es tal que si no tienes cómo sobornar a los vigilantes, no tienes derecho a cama) aseguraban que el muchacho se había suicidado desde un quinto piso. La versión oficial no convencía a la señora y su objetivo es que no me convenciera a mi tampoco. Para cerciorarse de que yo (la doctora, como me llaman algunos) denunciara su caso, me mostró una a una las puñaladas que habían destrozado el cuerpo del pequeño vándalo. Una treintena de imágenes explícitas que entraban por mis retinas y querían salir en llanto y el vómito- luego recordé que, pasadas 10 horas de trabajo, no había en mi estómago comida que pudiera devolver-. El morbo era ya lo único que me mantenía en esa silla mientras que la grabadora captaba eternos segundos de silencio. (Rotos, en ocasiones, por el leve sonido del papel de foto pasando de mano en mano).

El ingeniero Freddy me cambió hoy de oficina. Cuando entré a primera hora de la mañana, empujé con energía. 
-"Hacia afuera" me dijo...
-"Esta puerta está mal" le dije analizándola desconfiada.
-"Al revés, es la única en toda la radio colocada correctamente. Al salir se empuja y eso facilita la huida en caso de emergencia".

Cualquier diría que Freddy sabía qué día me esperaba.

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