martes, 8 de enero de 2013

Crema de café

Estaba congelada, pero se agradecía que, con ese incansable sol propio de un verano de Madrid, se deslizara con torpeza la crema por la piel. Solo al principio ese frescor estremece, aunque el momento se hace eterno hasta que llega una mano que apacigua, acompañada de un '¡Ay mamita! ¡Esa piel de cuajada sin proteger!'.
Sonreía  y cerraba los ojos dejando que el olor a protector solar impregnara mi nariz. Con la cabeza miraba al suelo para que la señora pudiera, a su antojo, decorar de un blanco aún más neutral mi espalda.
De postre, un tinto para celebrar este día en familia.

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