martes, 22 de enero de 2013

Un perro andaluz

Nada más entretenido en el periodismo que encontrar emocionante una presentación de un proyecto (de recuperación del espacio público, en este caso) de la Alcaldía. Lo mejor no fue la utópica exposición engañabobos donde idealizaban la Rambla de Barcelona y el Paseo del Prado de Madrid. Más bien el turno de ruegos y preguntas en un país donde la intervención popular forma parte de la idiosincrasia colombiana.
Ingenua de mí, pensaba que se iba a llevar la palma el primero en intervenir: un vendedor ambulante reivindicativo que se ha subido con el micro a la tarima (sin preocuparse por pedir permiso) y ha dejado al alcalde y su séquito boquiabiertos con su queja. La descomposición de la cara de los mandatarios,  que, involuntariamente, ayudaban a camuflar la 'siestica' que se estaba echando en la mesa de atrás el "gurú" que presentaba este nuevo proyecto, ha dejado tan a ras de suelo su credibilidad y respeto, que poco ha tardado el resto del público en sumarse a lo que acabaría siendo una jauría incoherente de vecinos descontentos (así, en general, descontentos con todo).
Y es que no veía la hora de irme después de que un señor, que se ha esforzado en dejarme sorda durante 15 intensos minutos, (en los que no ha parado ni para coger saliva) ha soltado una retahíla de quejas encadenadas con las que ha sido capaz de enlazar su preocupación por los indigentes que 'okupan' las calles, con la carencia de zonas de carga y descarga y a quien arrebatarle el micrófono no ha surtido efecto para que cesara con sus berridos. El caos en la desorganizada intervención venía a más cuando la señora de mi derecha, que padecía una fuerte incontinencia verbal e, inevitablemente, me recordaba a la típica afroamericana de los discursos de Martin Luther King que respondía en voz alta al orador de turno creyendo que era más bien una conversación, me ha hecho pasar una vergüenza ajena tremenda al contar su surrealista y homofóbica historia de cómo unos policías tardaron en atenderla 20 minutos después de que una 'mujer que no era mujer, pero vestía, así, con un vestido muy elegante' le dijera "ALGO"  (sin especificar, aunque parece ser que amenazante) cuando iba camino a casa, protegida y casi inmortalizada por Dios.
2 horas y media después de protagonizar este sueño de Dalí, he podido aprovechar el caos generalizado para que nadie se percatara de que la rubia blanca con la grabadora de la segunda fila se escabullía.
De todas formas, agradezco que este estado de 'agradable desconcierto' que todavía padezco, semejante al sabor de boca que te deja 'Un perro andaluz', me haya hecho olvidar que mi día comenzaba con robos con subametralladoras a 5 cuadras de mi casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario