sábado, 17 de noviembre de 2012

¿Y los semáforos?

Bolso cruzado, móvil escondido, pendientes cortos, relojes baratos, joyas en casa y rechazar folletos... pero nadie me había advertido de que el verdadero peligro de las calles de Bogotá son lo socavones que, como dice Lola, 'sirven para jugar al escondite' y que cuando llueve (diariamente) se llenan y puedes encontrarte a un vendedor de manguitos dispuesto a hacer negocio (de hecho, aquí no se ven carritos de bebé; las mamás llevan a sus niños en brazos).

Tampoco me habían advertido de que los pasos de cebra son mera decoración emborronada en la calzada para recordar que un día se tuvo en cuenta al viandante o que hay que calentar antes de salir de casa para evitar un tirón cuando bajas la acera (tienen una altura como para fortalecer glúteos).

¿Y los semáforos? Los peatones tienen todas las de perder sin una luz que les guíe, el resto de semáforos, son meramente orientativos para evitar el caos en una ciudad de 9 millones de habitantes. Por supuesto, aquí la preferencia es de los 'carros' y si apareces en su camino eres algo así como un conejo en una carretera comarcal...

Con todo esto, llegar a tu destino es una verdadera odisea y si, con un poco de suerte sumada a tu agilidad física y mental no echas en falta nada por el camino, siempre hay al otro lado algún desconocido que te lanza, desinteresadamente, un saludo bien piropeado que, tranquilamente, te puedes tomar como una recompensa.

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