lunes, 19 de mayo de 2014

'No tienes ni puta idea de nada'- sentenció con la mirada fija en el monaguillo. Don Ignacio, todavía enrojecido, dominó el silencio con un dedo en alto dispuesto a caer sobre la cabeza de Israel  firme como una guillotina.

El sacerdote tenía una calva prominente con 4 ridículos pelos a ambos lados. Israel agachó la cabeza en un intento de reprimir la risa que le daba mirar la ausencia de cabello del anciano. Nunca había estado tan cerca de él e Israel tenía miedo de la alopecia, era su peor pesadilla. De hecho, todas las mañanas acariciaba su repeinada cabellera prometiéndose que no él la perdería por nada del mundo. 'Ni por las rosquillas de la abuela'- juraba para sus adentros.

Provocador y sin levantar la barbilla, el monaguillo replicó: '¿Desde cuando un cura puede decir palabrotas?'

El eclesiástico relajó el brazo y giró bruscamente la cabeza hacia la pila bautismal donde había otro monaguillo: '¡José!'- El muchacho irguió la espalda- 'Este joven es un irrespetuoso. Haz que limpie los bancos una vez más. ¡Ah! y no permitas que pase el cepillo hasta nueva orden.'

-'Sí, señor'- asintió José complaciente y tembloroso. Agarró al muchacho de su enclenque bracito hasta llevarlo tras un pilar de la capilla que necesitaba una mano de pintura (o dos).  Cuando el sacerdote quedó fuera de vista José miró a los ojos a Israel y susurró engreído: 'En menudo lío te acabas de meter'.
Israel encogió los hombros y desvió la mirada hacia el niño que la Virgen tenía en sus brazos en el altar. 'Cuántas horas teniendo que ver esa calva tan fea. Ahora entiendo la cara de sufrimiento de los dos'. Pensó.

'Eh, tú! ¿Me estás escuchando?- le giró la cara agarrándolo de las mejillas. Los ojos se miraban.-' Ahora tienes que obedecer mis órdenes' - esta vez José habló en voz alta y puso el dedo índice sobre su cara, casi tocando su nariz. Acusador.

Israel miraba con el ceño fruncido a José, de quien podía identificar los primeros pelos de su barba. Se enfocó ahora en la uña roñosa, abrió la boca y le mordió el dedo con fuerza hasta hacer gritar al pretencioso joven.

'Y espérate a que me salgan todos los dientes'- gritó Israel mientras huía glorioso hacia la iluminada salida.

Se detuvo en la puerta de la iglesia (que ahora parecía pequeña) dejó que el sol le diera en su cara y pensó: 'No entiendo quién viaja 3 horas a pie hasta aquí solo para escuchar a Don Ignacio en su sermón. Todo porque es el único que sabe leer aquí cerca... o eso dice.'





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