miércoles, 19 de junio de 2013

Que alguien me mate

El otro día pensé en suicidarme. Mi jefe coqueteó varias horas con la idea de que eso sucediera y poder, así, conectarse con los principales medios españoles para reportar de primera mano mis últimas horas de vida. Se ilusionaba al imaginarse a periodistas de la talla de Francino dándole paso en directo desde Bucaramanga o redactando obituarios para EL PAÍS. La fluidez con la que narraba mi prematuro fallecimiento llegó a emocionarme cuando entró en detalle: todo surgiría con un secuestro en el Parque del Tayrona; lo que llevó a esa pálida y novel periodista española a saltar el charco para hacer de ella un futuro laboral óptimo ante el hundimiento de Europa acabó en un desalentador final, como quien cruzan en patera el estrecho de Gibraltar.

Pero, realmente, pensé en matarme. Y pensé en cómo mis amigos seguirían refrescando sus gargantas con cerveza y tequila el próximo sábado hasta quedarse sin dinero para comer el domingo de resaca, en cómo el portero de la entrada tardaría unos 2 días en aprenderse el nombre de la nueva inquilina y en que dejaría de interrumpir con mi paso ensordecedor y acelerado al señor que da de comer a las palomas en el centro de la ciudad todos los días a las 6 de la mañana.

Mis padres lo lamentarían, claro, pero el subconsciente les haría creer eternamente que cualquier día me presentaría en el aeropuerto de Barajas repleta de maletas y, posiblemente, cargada de panela, arequipe y, si no me lo confiscaran, aguardiente que, sin timidez, inauguraría mi abuela con un 'chica, vamos a abrirlo que me ha dao sed'.

El otro día pensé en que, más bien, alguien me matara porque ya llevábamos 13 días sin homicidios en la ciudad. Y eso aburre y no es noticia.


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